Cuando Ana González recuerda el verano de 2009, una sonrisa se dibuja en su rostro. Tenía apenas diez años cuando subió al avión que la llevaría de Jalostotitlán, Jalisco a California. Pensaba que sería una visita temporal, unas vacaciones familiares en Disneyland. Nadie imaginó entonces que ese viaje se convertiría en el inicio de una nueva vida al norte.
“Cuando era niña y vivía en México, nunca pensé en ir a la universidad. Me gustaba la escuela y dentro de mí sabía que podía lograrlo”, cuenta con cierta timidez. “Pero siempre sentí que allá en México estudiar era más difícil; todo parecía más competitivo y además, tú costéas tu propia educación”, dice mientras suelta un suspiro que parece venir de lejos.
Los años fueron pasando y Ana fue dejando atrás su infancia y adaptándose al bullicio de Sylmar, California. Pronto, esa tierra desconocida comenzó a llenarse de rostros, amistades y sueños nuevos. Estudió del sexto al doceavo grado en Partnerships to Uplift Communities (PUC Schools), donde descubrió un entorno educativo que la impulsaba a superarse.
Recuerda con emoción una experiencia que marcó su destino: “Nos trajeron al campus de CSUN una semana entera durante el verano. Era la CSUN Week y tomábamos clases todos los días. Fue emocionante imaginarme ahí, siendo universitaria algún día.”

En ese momento, la idea de la universidad se coló por primera vez en su mente. Sin embargo, la duda aún la acompañaba, “Pensaba que quizá la escuela sí era para mí, pero me atormentaba la inseguridad de no saber si sería capaz”. Aun así, Ana nunca se rindió. “Le echaba muchas ganas. Me encantaba llegar a casa y enseñarles mis calificaciones a mis papás, sobre todo mis A’s,” agrega sutilmente.
Tras graduarse de PUC Schools, Ana ingresó a la Universidad de California, Riverside (UCR) para estudiar Artes Liberales. Era la primera de su familia en hacerlo, un orgullo que llevaba con humildad. Sin embargo, la distancia comenzó a pesarle, “Extrañaba a mi familia, los puestos de tacos del Valle de San Fernando, los raspados del vecindario… todo eso que me hacía sentir en casa.”
Aunque disfrutó su paso por Riverside, algo dentro de ella empezó a cambiar. “Fue como un despertar”, dice con la mirada brillante. “Me di cuenta de que, aunque ser maestra era una opción hermosa, esa chispa, esa pasión verdadera, no estaba del todo en mi interior.”
Entonces, decidió detenerse. Se tomó el tiempo para mirar hacia adentro y descubrir qué era lo que realmente la llenaba, “Me di cuenta de que lo mío era hablar, conectar con la gente, crear vínculos y claro, añade con humor, también tengo un muy buen ojo para la fotografía.”
La fotografía le ofrecía un lenguaje distinto, una forma de narrar sin palabras. “Soy muy detallista; me gusta que las imágenes hablen por sí solas. Quiero que, cuando alguien vea mis fotos en mi perfil de Instagram, se sienta cautivado. Que le dé ganas de pensar, de sentir. Me encanta crear.”

En medio de ese proceso de búsqueda, CSUN volvió a aparecer. “Lo primero que hice fue meterme al catálogo de maestrías, y ahí estaba: Ciencias de la Comunicación y Periodismo. Al leer la descripción supe que ese era mi lugar. Era la combinación perfecta entre mi pasión por la fotografía y el poder de la palabra.”
Hoy, Ana cursa su primer semestre de maestría. Llegar hasta aquí le tomó tres años: tiempo de duda, de disposición, de múltiples trabajos y noches de reflexión. Actualmente, compagina sus estudios de tiempo completo con su empleo como asistente en un despacho de abogados.
“No ha sido fácil retomar la vida universitaria”, admite. “Hay noches largas de lecturas y redacciones, días con poco descanso, pero ha valido la pena. Me siento completa. Estoy construyendo mi destino con lo que me hace feliz. Y solo por eso vale la pena luchar.”
A la Ana que un día dejó Jalostotitlán le dedicó unas palabras:“Vamos caminando con paso firme. Los sueños se persiguen y se trabajan, aunque duelan y lloremos. Vale la pena el esfuerzo, porque al final del día, lo que te queda es la satisfacción de haberlo logrado.”
Antes de despedirse, Ana también deja un mensaje lleno de fe para otros estudiantes de CSUN:“No están solos en este proceso. Siempre hay alguien dispuesto a ayudarnos a descubrir qué queremos hacer con nuestra vida. Darse tiempo para uno mismo también es una forma de amor propio; nos permite ver el futuro con otros ojos. Luchen por lo que los haga felices.”
