Nacida en un hogar guatemalteco y siendo la mayor de siete hermanos, Lucía Miguel asumió desde pequeña responsabilidades que muchos niños no conocen: traducía cartas oficiales para sus padres, cuidaba de sus hermanos y mantenía el hogar en orden.
“Yo era la mayor, la que tenía que cuidar de todos”, recuerda con cierta añoranza.
Pero la vida de Lucía también la llevó por momentos profundamente difíciles, marcados por la violencia doméstica que vivió en carne propia y por el trágico suicidio de su hermano. Aun así, gracias a su fortaleza y capacidad de transformación, logró sobreponerse a las adversidades, completar su licenciatura y ahora en CSUN, continúa firme en su compromiso comunitario como futura trabajadora social.
Cuando tenía 10 años, fue separada de su familia debido a situaciones de violencia doméstica y abuso de sustancias en el hogar. Sin comprender la magnitud de lo que ocurría, ella y sus hermanos fueron colocados en el sistema de cuidado de crianza, donde permaneció hasta los 17 años.
“Pensé que era temporal”, relata con la voz entrecortada. “Pero crecí en ese sistema. Vi el dolor y los retos de tantos niños y niñas. Yo sufrí a solas. El sistema no hizo nada por mí”.
La adolescencia de Lucía estuvo marcada por la soledad, la confusión y la búsqueda constante de sentido.
“Pasaba noches enteras preguntándome por qué nos pasó esto. No entendía lo que significaban negligencia o violencia; para mí, mi familia era un lugar seguro”.
A los 17 años, la vulnerabilidad emocional la llevó a involucrarse con personas que no la encaminaron por buen rumbo. Fue detenida y encarcelada varias veces, hasta que al cumplir los 18 tomó una decisión definitiva:
“Decidí que no quería ser una estadística más. Salí del sistema, me puse a trabajar y a buscar otra vida”.
Con el tiempo, Lucía se convirtió en madre y enfrentó otra realidad dolorosa: la violencia doméstica. Durante años normalizó ese ambiente porque era lo que había conocido de niña. Pero su amor propio y el amor hacia sus hijos la impulsaron a romper el ciclo.
“Me cansé de esa vida nefasta y me fui”.
Hoy, a sus 38 años, afirma con orgullo, “Soy una sobreviviente nuevamente”.
Cuando sus hijos crecieron, Lucía decidió invertir en sí misma. En 2018 se matriculó en East Los Angeles College (ELAC) y descubrió el impacto que podía generar al compartir su historia con otros.
“Trabajar en la comunidad y ver el impacto que una puede generar eso me impulsó a invertir en mi educación”, explica.

En 2025 se convirtió en la primera de su familia en obtener un título universitario, con una licenciatura en Sociología y una especialización secundaria en Psicología.
Ese mismo año ingresó a la maestría en Trabajo Social en CSUN.
“Llegué a CSUN con una mochila llena de esperanza”, confiesa.
Allí encontró la comunidad que siempre había deseado. Su participación ha sido activa y significativa: ha fungido como vicepresidenta del Club de Sociología, integrante de Psi Chi, miembro de Project Rebound y mentora en el Parent Scholar Resource Center.
“Yo no pienso en mi edad; eso es solo un número. Aquí florecí”.
Para Lucía, el Trabajo Social es mucho más que un título académico.
“Es un llamado que me nace del corazón. Quiero ser un instrumento de cambio, especialmente para la comunidad de habla hispana, que muchas veces no entiende el sistema”, afirma con convicción.
Al inicio del semestre de otoño, la vida volvió a ponerla a prueba: tuvo que enfrentar el suicidio de su hermano menor. Desde ese dolor profundo, Lucía hace un llamado urgente:
“Si estás pasando por una crisis emocional o mental, pide ayuda. Todos cargamos mucho y no siempre sabemos manejarlo. La muerte de mi hermano me confirmó por qué debo seguir en la maestría: hay mucha necesidad en todos lados”.
Hoy, Lucía reconstruye su vida con un renovado sentido de estabilidad. Agradece profundamente el apoyo de su pareja actual, quien ha sido un sostén fundamental en su camino.
“No ha sido fácil, pero me apoya como estudiante, profesional y madre. Es el hombre que complementa mi mundo”, dice entre sonrisas.
Su hija mayor, Briana, expresa quizá mejor que nadie el impacto de la transformación de su madre:
“No solo estás estudiando por un título, sino que te estás convirtiendo en la persona que siempre estuviste llamada a ser. Soy muy bendecida de tenerte como ejemplo y de que seas mi mamá”, dice la joven de 20 años, estudiante de California State Los Angeles.
La historia de Lucía Miguel no es únicamente un relato de dolor, sino una muestra poderosa de resiliencia, transformación y profundo amor por su comunidad. Su vida demuestra que, incluso en medio de la adversidad más dura, la esperanza puede florecer y abrir caminos donde antes no los había.
